Entre el bosque y la ciudad: aprender a habitar el presente
- Héctor Mendoza
- Dec 1
- 2 min read
Hace unas semanas nos mudamos. Después de cinco años viviendo en el bosque, dejamos Valle de Bravo y regresamos a Querétaro.
Lo escribo así, con calma, porque todavía me cuesta asimilarlo.
Moverte de casa puede ser algo muy logístico, pero cuando dejas un lugar que moldeó tu rutina, tu ritmo y tu forma de mirar el mundo, se siente más como un pequeño duelo.
Cinco años de bosque
En el bosque todo tenía otro tempo. El sonido de los árboles, el olor a tierra mojada, los caminos de terracería y un pueblo sin semáforos. Ahí aprendimos a bajar la velocidad, a cocinar sin prisa, a reconocer los ciclos de la naturaleza y, a observar los nuestros.
Ese lugar nos vio crecer como familia, como pareja y cómo personas. Era un espacio de pausa y expansión al mismo tiempo. Y aunque sabíamos que en algún momento tendríamos que movernos, no sabíamos cuánto nos costaría soltar.
Regresar es volver, pero distinto
Querétaro nos recibe con otra energía. Es una ciudad que también cambió: más grande, más rápida, más llena de contrastes. Y nosotros también regresamos distintos: ahora con una hija de ocho años que pregunta por los amigos del bosque, y un bebé de ocho meses que empieza a descubrir el mundo entre cajas y nuevos sonidos.
Volver en “modo familia” cambia todo. Ya no buscamos lo mismo. Ahora pensamos en cercanía, en comunidad, en educación, en un entorno donde podamos construir algo estable sin dejar de sentirnos libres.
El duelo de lo que se deja atrás
Extrañamos el bosque. Las pequeñas alegrías: los vegetales del pueblo, el silencio, las caminatas al atardecer, la sensación de estar lejos de todo y cerca de uno mismo. Pero he aprendido que extrañar no significa querer volver; significa agradecer lo vivido.
Cada vez que intento aferrarme a lo que fue, recuerdo que la vida también se mueve, todo cambia, y que resistirse a aceptar que nada permanece solo genera ruido.
Habitar el presente
Estos días me han enseñado algo esencial: no añorar lo que se deja atrás ni sobrepensar lo que viene. Esta mudanza ha sido un ejercicio de presencia constante: desde empacar con un bebé en brazos hasta ver a mi hija explorar su nuevo entorno con curiosidad.
La ciudad nos da otras cosas —ritmo, acceso, oportunidades— y también la posibilidad de redefinir qué significa vivir con atención. A veces, vivir pleno no es estar donde soñabas, sino aprender a disfrutar dónde estás.



Comments